Las personas podemos imaginar todo lo que nos sea posible y si yo quería pensar que había elefantes rosas lo podía creer, era sólo cuestión de poder crearlos en mi mente.
Los mismo creía la pequeña Renata, que desde su ventana siempre veía a esos enormes animales rosas caminar de un lado a otro moviendo su enorme nariz y arrastrando sus gordas patas.
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